Solías decirme que me querías. Y, he de reconocerlo ahora, yo solía decírtelo a ti también. Pero ninguno de los dos daba credibilidad a las palabras del otro. Ambos sabíamos por qué lo decíamos. Era sólo una excusa, una forma bonita de empezar o terminar un polvo. Un buen motivo para acabar follando como locos sobre la encimera de la cocina, la mesa del comedor o en cualquier otro lugar. Todo era mentira, una buena mentira. Un trato mutuo que ambos conocíamos, pero que no reconoceríamos jamás. Un punto de emoción sincronizada a nuestras aburridas vidas. Y todo disimulado con un "te quiero".
Era cruel, pero justo.
2 comentarios:
esto tiene de moñas lo que yo de rubia xD
Eso creía yo también :P
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