Se arrebujó la capa y apuró el último vaso de orujo.
Tiró del picaporte, rechazando la última perrunilla,
que, para quien no lo sepa, era el postre.
En la diestra llevaba un bastón, en la siniestra un maletín.
El suyo era un negocio turbio, más propio de un mal brujo,
pero eliminaría al fin de sus sueños cualquier pesadilla.
Era un mago sencillo, de sopa con picatostes,
algo tahúr, siempre con buena mano, pero sin ningún comodín.
Iba sólo, pero por todos es sabido
que en los negocios sucios nunca hay socios.
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