Rugen las letras en palabras cuando son liberadas,
indiferentes a cómo de lejos pueden llegar,
impasibles a si es su momento o su lugar,
pese a ser presas de ser sorpresa o meditadas.
Tan claro como el olor a café y resaca
de un domingo por la mañana.
Tan intenso como el golpeo de la campana
en mitad de una noche cerrada.
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