El piano estaba
borracho. Aquella debía ser su vigésima cerveza. Notaba como se tambaleaba,
rodeado de un profundo silencio.
Estaba a punto
de caer al suelo cuando, de pronto, se dio cuenta de que no se tambaleaba.
Entonces cayó en
la cuenta: los pianos no pueden beber, así
que no podía estar borracho. Debía ser otra cosa, pensó.
De repente notó
como unas suaves manos levantaban su
tapa. Era la pianista, a causa de la cual creía beber.
Un instante
después una ligera melodía empezó a sonar, haciéndole olvidar todo lo demás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario