El carmín desabrocha una mirada
clavada en el infinito de unos ojos que sonríen,
diluye el paso del tiempo en un vaivén
sobre una línea infinitamente recatada.
Una batalla de comisuras alegres desatada
hace que de uno a otro se contagien
y de otro a uno las mantengan de rehén,
en un síndrome de Estocolmo consensuado.
Es posible que todo acabe en nada
y tras el duelo simplemente se vacíen.
Aunque también es probable que los caminos varíen
tras una intensa lucha de alegría contagiada.
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