Ser adulto quita mucho tiempo para ser feliz
¿Quién te arrebata suspiros
y quién los alimenta?
¿Quién te alienta,
cuando te persiguen tus tormentos?
¿Quién te acerca al delirio,
sin temor a oídos necios?
¿Quién no te hace nunca desprecio,
aunque le pagues con martirio?
¿A quién acudes,
cuando todos los demás se esconden?
¿A quién huyes,
cuando todo lo demás está en orden?
Dime entonces,
si tu conciencia lo permite,
¿quién tortura a tus miedos
y los amordaza en su escondite?
Temo a mi prosa,
porque oculta versos
de rima coja.
Temo la paradoja
que esconden los besos
de dudosa excusa.
Un hada de sonrisa eterna,
que frena el eco con su ahogada voz,
aspira los aullidos de tu mirada
con caricias prohibidas, ajenas a la razón.
Entre nubes de ceniza congeladas,
perpetuadas con un viento infinito,
como si un charco suspirase al Sol
secarse para siempre en el frío asfalto.
El amor no deja de ser una estafa piramidal...
Ignora mi corazón cobarde;
salpícame con tus fantasías.
Mi pecho arde;
sal, y pícame con tus manos frías.
Es asonante
la mirada,
tras dos copas
de más.
Es inevitable
no caer,
tras dos sonrisas
de más.
¿Cuánta es demasiada poesía?
¿Cuánto suficiente desvelo?
El primer paso es reconocerlo.
El segundo, olvidar que dolía.
Engancha hasta el final, la utopía.
Te atrapa, aún con recelo.
Si te arrepientes, queda un anhelo
y un triste final, que se intuía.
Te busco en los ojos de cualquiera
y, a mi manera, huyo de esta enredadera.
Trepo y caigo, de dentro a fuera
y me importa poco si ya no es lo que era.
El sabor a decepción
con tendente inclinación
a matices de suspiro.
Tinta sobre papiro
que, poco a poco, expira
en dirección a la salida.
Vueltas que da la vida
-puta y malparida-
hasta marearte con los giros.
Ganador en haber perdido,
en presumir de la destrucción
y en esquivar mi perdón.
Mi pequeña cruzada
por tu fugaz sonrisa.
Camino deprisa,
por si se esconde en la nada.
Que, cuando sueñes,
lo hagas con imposibles.
Pues, puestos a soñar,
es mejor a lo grande.
Conozco un lugar
en el que mis labios
se alían con tu pecho
en una conjura
en pos del placer.
Es hora de reconocer
que es la cordura
quien hace de techo
para evitar los líos
que conlleva jugar.
¿Cómo podemos saber
si es la locura
quien, desde el techo,
intenta meternos en líos
y nos invita a jugar?
Me pusieron una capa de príncipe azul
de una talla que no era la mía
y, con el paso del tiempo,
se me ha desteñido.
Dame una docena de por si acasos
y la mejor de tus sonrisas.
No me metas prisa
y lléname el vaso.
Hay lenguas retorcidas
y lenguas que te retuercen.
Ambas te estremecen,
con una sutil diferencia.
¿A qué teme tu prosa,
a los besos o a convertirse en verso?
¿A qué teme tu prosa,
a una muerte dulce o a arder viviendo?
¿A qué teme tu prosa,
a la tentación sigilosa o a sus posibles consecuencias?
¿A qué teme tu prosa,
a los tal vez disimulados o a los quizá a voz en grito?
¿A qué teme tu prosa,
a las espinas que se esconden o a las rosas descubiertas?
¿A qué teme tu prosa,
al delirio de mis aullidos o a mis suspiros en silencio?
¿A qué teme mi verso?
A tu prosa y a la poesía que ella libera,
a tu mirada, que me tiene preso,
y a la sonrisa que mi pulso acelera.
Rugen las letras en palabras cuando son liberadas,
indiferentes a cómo de lejos pueden llegar,
impasibles a si es su momento o su lugar,
pese a ser presas de ser sorpresa o meditadas.
Tan claro como el olor a café y resaca
de un domingo por la mañana.
Tan intenso como el golpeo de la campana
en mitad de una noche cerrada.
La cobardía por estandarte,
el orgullo como escudo,
por la falta de valor para besarte,
por seguir haciendo el capullo.
Aquel que tantos amores de verano liquidó,
siempre tuvo razón.
Mi aullido mudo
susurra fuego,
como un nudo,
rozando tu cuello.
Tu cuerpo desnudo
-la ropa en el suelo-,
mientras te desayuno,
ardiendo en tu cielo.
Mi deseo voraz
de tu piel sedosa.
Mi lengua feroz
ansía devorar tus ganas.
Una tregua entre sábanas,
una guerra sin albornoz,
una trampa vertiginosa,
por un placer... fugaz.
He visto
demasiadas historias de valientes
que acaban huyendo.
Sin embargo,
los cobardes siguen siempre ahí.
Observando,
sí,
pero al pie del cañón,
sin retroceder un solo paso.