miércoles, 2 de marzo de 2011

...El Séptimo Cielo...



Se acercó despacio y se sentó encima de mí. Me miró fijamente y me susurró al oído que estaba empezando a tener mucho calor. Según sus labios se alejaron de mi oído fueron directos a mi boca, y comenzó a besarme. Su beso fue acelerándose poco a poco, volviéndose cada vez más apasionado. Notaba como empezaba a subirme el calor (en parte por la situación, pero ayudado por las dos copas de ron que me había tomado de un trago en menos de una hora). De pronto se levantó y dejó caer su vestido, para volver a ponerse encima de mí. Estaba sobre mí, totalmente desnuda. Su cuerpo estaba ardiendo, y el calor estaba pasando poco a poco hacia mí, cada vez en mayor medida. Estaba empezando a estar fuera de mí y ella lo notó. Paró, me miró y se dejó caer sobre el sofá, liberándome al fin. Me dejé caer encima de ella mientras intentaba empezar a quitarme ropa, seguimos besándonos, y con su ayuda reduje mi número de prendas a cero. Me puse de rodillas, frente a su cuerpo tumbado y desnudo, me redujo con una mirada llena de picardía, sus ojos brillaban y me atraían hacia ella. Deslizó su pie derecho por mi vientre hasta llegar a mi cuello, lo sujeté por el talón y cuando fui a lamer su tobillo vi que tenía un pequeño tatuaje en él. Se trataba de un As de diamantes, bajo el cual ponía “Good luck”. Sonreí, no me sorprendía, me sentí bien al comprobar que la había calado a la perfección, era la Dama de diamantes, ya no quedaba ninguna duda. Me dejé atrapar por sus piernas, que se encontraban ya sobre mis hombros, recorrí todo su cuerpo, disfrutando cada centímetro. Entre suspiro y suspiro sugirió pasar a la cama, y acepté. Se levantó, me cogió de la muñeca y me guió hasta su habitación, no sin detenernos un par de veces por el camino, en mitad del pasillo, para no dejarnos la pasión en el trayecto. Cuando entramos en la habitación vi, nada más cruzar la puerta, un armario de cuatro puertas, de las cuales las dos centrales eran de espejo, sin pensarlo dos veces la lleve hasta él y la puse de espaldas a mí, mirando hacia el espejo. Fue entonces cuando vi el segundo tatuaje. Era una especie de ángel vengador, con una túnica con capucha que le tapaba el rostro y la mitad del cuerpo, haciendo prácticamente imposible saber si era un personaje masculino o femenino. En la mano derecha llevaba una espada, que alzaba sobre su cabeza, y en la izquierda sujetaba lo que parecía ser una serpiente. 
Estuvimos un rato frente al espejo antes de pasar a la cama, donde seguimos dando rienda suelta a la pasión. Nuestros cuerpos se envolvían en combate una y otra vez. Fue una lucha sin tregua durante gran parte de la noche. Una lucha que nos hizo perder la noción del tiempo y que, al finalizar, no tuvo vencedores ni vencidos, tan sólo participantes exhaustos, desfallecidos sobre una cama.


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