sábado, 4 de junio de 2011

...Juegos declarados patrimonio del pecado...



Se apartó para dejarme pasar y, según cerré la puerta, me empujó contra ella, dejándome acorralado entre la fría madera y su caliente cuerpo. Me miró fijamente a los ojos, dejando que se le escapara media sonrisa por la comisura de sus labios.  Me tenía totalmente a su merced, incapaz de reaccionar. Me acababa de tomar como su prisionero. Se fue acercando lentamente, con la sutileza de una mujer muy segura de sí misma. Cuando sus labios estaban rozando los míos se separó, liberándome por completo. Hizo un amago de volver a acercarse, esta vez para besarme, pero cuando de nuevo estuvo a punto se giró, dándome la espalda. Fue entonces cuando mi mano cobró vida propia para cogerla de la muñeca. Se detuvo y volvió a ponerse frente a mí. Mi boca también reaccionó por sí sola y fue directa a sus labios. Sus manos empezaron a deslizarse por mi cuerpo y un concierto de caricias sutiles desembocó en un contacto intenso e incesante. Mis manos parecían actuar por sí solas, recorriendo desde sus caderas hasta su cuello. Involuntariamente empecé a levantar su camiseta, y fue en ese preciso instante cuando me paró.

Se separó de mí, me agarró por la muñeca y me invitó a seguirla. Me guió por un estrecho pasillo, hasta que nos metimos  dentro de un cuarto en penumbra. Nada más entrar me empujó contra la cama. Según caí, se abalanzó sobre mí y me agarró de la camiseta, para quitármela. Intenté hacer lo mismo, pero no me dejó. Siguió besándome, mientras empezó a quitarme el pantalón. Yo volví a intentar quitarle la camiseta, pero seguía impidiéndomelo, así que desistí. Volvió a empujarme contra la cama, haciendo que me tumbara, para ponerse sobre mí. A partir de ahí  empezó a quitarse la ropa. Toda la sutileza y suavidad anterior desaparecieron. Se lanzó sobre mi boca y me mordió. Intenté incorporarme para quitármela de encima, pero no me dejó, me sujetó los brazos y siguió dominando la situación. Era su juego, y quería imponer sus reglas.

Empecé la pelea con la desventaja típica de alguien que se siente atrapado por el contrincante. No era sólo por la posición en la que me encontraba, totalmente inmóvil, sino por el sentimiento de admiración que tenía sobre mi oponente, algo así como el síndrome de Estocolmo. Ella seguía encima, clavándome la mirada en los ojos, como si de una estaca en el corazón se tratara. Cada vez que se aproximaba a mí me mordía y, si intentaba moverla, me arañaba.

De pronto, y sin que yo lo esperase, se levantó, liberándome de nuevo. Aproveché la ocasión y me lancé sobre ella. Ahora era ella la que se encontraba inmóvil, pero no parecía importarle, sino todo lo contrario, estaba disfrutando con aquello. Lancé mis labios hacia su cuello y comencé a besarlo. Poco a poco fui bajando, recorriendo todo su cuerpo con mis labios. No opuso ningún tipo de resistencia, y fue entonces cuando su juego terminó, para dar paso a nuestro juego

No hay comentarios: