domingo, 7 de agosto de 2011

...De boca en boca y suspiro porque me toca...



El otro día saqué mi baraja, dispuesto a buscar una carta que necesitaba. Quería tener en mis manos el 11 de picas, pero por más que barajé no conseguí encontrarlo. Seguí buscando, dando vueltas a la baraja una y otra vez, pero no aparecía. Según pasaba el tiempo empecé a darme por vencido y pensé que quizá lo habría perdido. Puede que, sin querer, por un fortuito traspiés, la carta hubiera salido de la baraja, para no volver jamás. Cuando me di del todo por vencido me puse a buscar otra carta distinta. Esta vez se trataba del 11 de corazones. De nuevo removí las cartas durante horas, pero tampoco aparecía. Volví a desistir, hasta el punto de buscar una nueva, el 11 de tréboles, pero ocurrió lo mismo. De igual manera pasó cuando decidí buscar el 11 de diamantes.
No había ningún 11 en mi baraja, ni de picas, ni de corazones, ni de tréboles, ni de diamantes, lo cual me dio que pensar. Barajé dos posibles opciones. La primera, y la más improbable, era que no existían, y que por eso no estaban junto a las 54 cartas que tenía en mis manos, pero la decliné, ya que no podía no existir algo que tanto quería y necesitaba. La segunda opción, y la cual tomé por correcta, era que eran las cartas más preciadas de la baraja, las que todo el mundo quería poseer, y por eso ya no estaban allí, alguien me las debía haber robado y creía saber quien.
 Ahora ya no sólo tenía que encontrar los 11 robados, sino que debía dar primero con la ladrona de cartas...

No hay comentarios: