lunes, 21 de octubre de 2013

...Prisionero del Verano...



Como de costumbre, el Otoño fue encerrado una vez más. Se pasó dormido todo el Invierno y la Primavera, sin oponer resistencia. Poco a poco, durante el Verano, fue despertando, perezoso. Esta vez no trató de escapar antes de tiempo, si no que se volvió a dormir, para salir con más fuerza cuando llegara el momento.

Su decepción fue plena cuando, llegado el día, se despertó. Lo primero que vio fue que los barrotes de su jaula no eran de hielo, como era habitual, sino que un ambiente de calor los había derretido, creando una nueva cárcel. El Verano había traicionado el pacto, tratando de imponerse por más tiempo. 

Trató de escapar de su prisión una y otra vez, pero algo fallaba. Los barrotes del calor veraniego no cedían, impidiéndole el paso, de modo que era incapaz de salir a cumplir su tarea. El Otoño embistió ferozmente una y otra vez contra las paredes, sin obtener resultados. 

Poco a poco, la decepción inicial fue tornándose en desesperación, y la desesperación en furia. Su fuerza resultaba inútil. El Verano había fortalecido los barrotes a conciencia.

Pasó el tiempo sin que el Otoño pudiera hacer nada, pero no desistió en su intento de escapar.

Estaba a punto de arrojar la toalla, cuando vio como el viento arrastraba algunas hojas amarillentas. En ese momento dejó de embestir y se dio cuenta de lo que pasaba. A él podían encerrarle, daba igual. La Naturaleza era quien impedía que se quebrantase el pacto. 

Poco a poco vio como el viento iba arrastrando cada vez más hojas. La niebla comenzó a descender. Notó como una pequeña oleada de frío recorría su cuerpo. Fue en ese preciso instante cuando los barrotes desaparecieron. El Otoño, aunque con retraso, había quedado liberado.

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