jueves, 3 de febrero de 2011

...Vivir por inercia...



Te despiertas, abres un ojo y miras vagamente a tu alrededor. Lo vuelves a cerrar, disimuladamente, y te vuelves a dormir. 
Un par de horas más tarde te despiertas otra vez. Abres los dos ojos, miras la hora y te cabreas. Te has dormido. Otra vez no, hoy ibas a levantarte pronto. Te resignas. Cierras un momento los ojos. Morfeo vuelve a acogerte en su red de sueños. 
Al rato vuelves a despertar. Esta vez estás dispuesto a levantarte. Coges aire, buscas la fuerza necesaria (y el valor permitido) y enciendes una luz. Abres los ojos, o lo intentas, pues la luz te lo impide. Te acostumbras a ella, haces por incorporarte y 5 minutos después lo consigues. Te levantas. Vas al baño. Meas. Te miras al espejo y ves la misma cara de todas las mañanas (o tardes, según el día). Te echas agua en ella en un intento de despejarte. No lo consigues. Te metes en la ducha. Tras un par de minutos y unos litros de agua cayéndote por encima consigues parecer persona. Sales de la ducha, te secas y te vistes. Es demasiado tarde para desayunar, y demasiado pronto para comer.
Enciendes la tele, el ordenador, la radio o cualquier otro cacharro de esos que entretienen (o al menos deberían hacerlo). Te sientas a esperar, a hacer tiempo. Llega la hora de comer. Comes. Al acabar vuelves a uno de los cacharros, para repetir la operación. Haces tiempo hasta la hora de cenar. Llega la hora y cenas. Después más de lo mismo, hasta la hora de acostarse. Se hace tarde y te acuestas. Apagas la luz. Apoyas la cabeza en la almohada y cierras los ojos. Maldita la gracia, pero no tienes sueño. Y lo peor de todo, lo más irónico al fin y al cabo, es que eres consciente que a la mañana siguiente tendrás sueño, no te podrás despertar y te volverás a dormir...

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