martes, 6 de marzo de 2012

...Musa endiablada...



Llevaba más de dos horas esperando, y seguía sin aparecer.
Las copas de vino se sucedían una tras otra, con la intención de acortar el tiempo. Pero, nada más lejos de la realidad, cuanto más bebía, más largos se hacían los minutos, y su ansia de verla crecía.
Crecía, del mismo modo que aumentaba el calor que se iba apoderando de él. Un calor provocado en parte por el vino, y en parte por el deseo creciente hacia su esperada compañía. 
Justo en el momento en que la segunda botella tocaba a su fin, sonó el timbre.
Se levantó, no sin tambalearse, y se dirigió a la puerta, lentamente. Pues, pese al deseo, tras estar esperando tanto tiempo, los nervios claman a la calma para apaciguarse.

Abrió, al tiempo que intentaba sonreír sin parecer demasiado idiota; tarea dificultada por el elevado grado de alcohol en su sangre.
Era ella, y a su alrededor la lluvia.
Intentó buscar sus ojos, pero no los encontró, pues una capucha los ocultaba.
Miró sus labios, delatores de un semblante serio. 
No dijo nada. La invitó a pasar tan sólo con un gesto, al cual accedió, manteniendo su silencio.
Fué directa al salón, dejando tras de sí un camino de huellas de lluvia por todo el pasillo. 
Él la siguió, manteniendo su boca cerrada.

El misterio, aquel silencio, unos nervios no calmados y un cúmulo sensaciones casi olvidadas, hacían que su deseo por ella no cesara, si no que siguiera aumentando por segundos, consiguiendo que no supiera si iba a ser capaz de seguir conteniéndose.
Ella se quitó la capucha y miró hacia las botellas vacías. Comenzó a desabotonar su chaqueta y entonces le miró a él. Él también la miró a ella. Se miraron, y fue entonces cuando las miradas justificaron el silencio. No hacían falta palabras. Él empezó a acercarse.

Cuando estuvo junto a ella la hizo dudar. Ella intentó retroceder, sin apartar la mirada, clavada en sus ojos, pero él se volvió a acercar.
Volvió a intentar poner distancia, pero esta vez él no la dejó. Estaba dispuesto a acabar con el sello de aquellos labios de una vez por todas. 
Ella le agarró, a modo de invitación. Ya no intentaba alejarse, si no que le quería aún más cerca. Él se acercó más, y entonces la besó, sin darle tiempo a arrepentirse, sin que pudiera hacer nada para evitarlo.
Fue en ese momento cuando se dio cuenta. Era allí donde quería estar, y no en ningún otro lugar...

"La pasión es la sensación que más satisfacción me ha dado."

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Sin aliento...

Garvía dijo...

Gracias por pasar.

Anónimo dijo...

No hay de qué.

Nadie me obliga, lo hago porque me gusta lo que veo y leo.

Garvía dijo...

Aún así, gracias.